martes, 31 de marzo de 2015

La campesina y el terrateniente... un cuento para reflexionar


Érase una vez un hombre que poseía un minifundio que apenas le aportaba beneficios. Antaño había sido dueño de una gran hacienda, pero hacía algún tiempo que las circunstancias habían dejado de serle excesivamente favorables. En aquellos momentos las lluvias eran muy escasas por aquellos parajes y trabajar aquel terreno suponía una ardua tarea que nadie estaba dispuesto a realizar para él. No encontraba quien lo quisiera explotar debidamente. La visión de tanta aridez y abandono resultaba realmente desalentadora a sus ojos y a su corazón. Muchos habían sido los que trabajaran para él en épocas pasadas, épocas de fructífera producción y abundantes ganancias, pero, en aquellos tiempos, el cultivo de aquellas tierras suponía mucho más gasto y esfuerzo que los resultados previstos… Por eso y, mientras tanto, el pasar de los días acrecentaban su desazón y desinterés.

Un buen día, porque tal es su misericordia, Dios quiso que una campesina, mujer de fe y razón, llegara hasta él, observara su desánimo y se compadeciera quedándose a su lado. Pasaban los días y, durante mucho tiempo, su dedicación fue total y, aunque despacito, el terreno no tardó en ir dando sus frutos… y lo más importante: el dueño del lugar volvía a sonreír de nuevo. Una mujer sencilla, de humilde condición, le había dado una lección vital: “trabaja con amor y nunca tendrás que trabajar”. Ése era el lema de la mujer, quien cada día cuidaba de darle sentido con sus obras.  

Pero ocurrió que, dando rienda suelta a sus ocultos deseos de poseerla por completo, pues tales codicias y pretensiones se encierran a veces en el corazón de los hombres, el que fuera terrateniente se declaró a la mujer, prometiéndole amor y abriendo ante sus ojos grandes e ilusorias expectativas de futuro que la embargaron de felicidad… Y así pasaron los meses, entre la hoz y el arado, y los sueños e ilusiones de ella por construir junto a aquel hombre un feliz futuro en común.

La mujer se convirtió en su sombra y sus principales preocupaciones y quehaceres consistían y se centraban en velar por el bienestar de él. Pero viendo Dios que los sentimientos y acciones de aquel hombre no eran honestos, como el amor es la verdad y en él no caben las medias tintas, quiso que ella despertara a la realidad y se diese cuenta que aquel por quien daba la vida, aquel por quien estaba dispuesta a sacrificar tantas cosas, aquel por quien había proferido tantas declamaciones de amor y por quien había pasado tanta angustia ante la incertidumbre que su egoísmo la había hecho pasar… no la amaba realmente. Y este hecho, en un principio, resultó para la mujer toda una tragedia.

El comportamiento de aquel hombre era igual que el de quien ara y ara, y no siembra: hablaba y hablaba pero no actuaba conforme a sus promesas y arrulladoras palabras. La frialdad de su corazón fue en aumento... y así fue como se alejó de Dios y el diablo aprovechó para meter la mano.

La mujer, profundamente decepcionada, se alejó de él viendo en el hombre al que había amado más que a ella misma a un desdichado que jamás valoró cuantas dádivas tuvo a bien brindarle el cielo... Amargo dolor que duró un suspiro, pues pronto Dios abrió nuevos horizontes ante los ojos de la mujer, ya que había visto que sus sentimientos y sus obras habían sido buenas.

El hombre, que todo lo había tenido y todo lo había echado a perder, tuvo que reconocer que Dios existe realmente y grandes son sus designios, pues, pese a la acritud y el mal proceder de algunos hombres, jamás les da la espalda porque tal es su misericordia... Y también aprendió que tampoco abandona a su suerte a aquellos que obran conforme a su Ley a través de los sentimientos y actos más puros.


Pero... quien juega sucio, como sirve al diablo, debe saber que su amo cobra grandes honorarios.


Conclusión: Al comportarse conforme a las cualidades de su condición: sirve al diablo el hombre necio, y a Dios el sabio. Así como el sabio se convierte en luz para alumbrar a otros, guiado por la generosidad, la verdad y la transparencia de su corazón; de la misma manera, mal termina quien por tendencia tiene el mal.

Las cualidades del necio son la falsedad, el egoísmo, la manipulación y el engaño... y quien así actúa ha de saber que el diablo, señor de la traición, siempre regresa para pagar al malhechor por haberle servido, sí... pero su 'pago' consiste en ‘cobrarse’ una parte mayor que el mal obtenido.

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